Nazareno. Escena I. Melenudos Rapados al Cero
Yo... soy dios.
Abrir la nevera, un asco. Tan sólo dos días para la fecha de caducidad de una lata de menudo con garbanzos. Sobre la de anchoas asomaba una tupida pelambrera de hongos. Pedro dudaba en despacharla al cubo de la basura o buscarle una maceta. Comenzó a zampar el triste menú mientras ojeaba la revista birlada el día anterior del buzón de un vecino. El pronostico del tiempo para esos días era bueno. Tenía que llamar a la estación, irían de camping. A su novia Isabel le encanta el tren, es una romántica, le gustaban los vagones de antes. En los de ahora las ventanillas no se abren, no se puede sentir el aire fresco mientras el artilugio de hierro engulle distancias entre obstinados traqueteos. ¿Quién habrá colocado esos postes de teléfono junto a la vía?
Contemplo un edificio y me imagino a los albañiles trabajando. ¿Cómo se llamaría el que ha puesto esa ventana, esa baldosa, esa reja ¿Cómo sería su vida? Sus manos, ¿cómo serían sus manos?. Simples o pomposas edificaciones, algunas designadas a eternizar la figura de algún distinguido protagonista. Construcciones erigidas por gentes sencillas que omitidas en las bellas placas conmemorativas han pasado inadvertidas entre los memorables tiempos. Un ladrillo, más mezcla... otro ladrillo...
Esos postes de teléfono. Parece mentira que esos troncos secos hayan sido árboles. Antes colmados de cimbreantes ramas, ahora de eléctricos ramales. ¿Cuántas brisas habrán mecido y arrullado entre sus hojas esos grandullones antes de ser mutilados y rapados al cero? ¿Cuántas estaciones habrán conocido sin moverse del sitio esos verdosos melenudos antes de desplomarse entre sus sombras? Sombrío es contemplar un bosque sin sombras. Un cigarrillo, Pedro necesita un cigarrillo. Lo enciende. Irritación de garganta. Segunda fumarada. Hace acto de presencia el carraspeo de marras. Tercera fumarada y comienza a toser como una bestia. Lo que se temía, sale disparado. Va siendo demasiado habitual que esa tos lo lance al cuarto de baño. Vomita como un perro los cubatas del día anterior y el desayuno de la mañana.
Conecta la televisión. Dan las noticias. Tras un momento sin prestar atención comenta que el mundo está loco y busca con el mando alguna emisora que retransmita algo de su pasión favorita. Da con lo que busca rápidamente. En una cadena local emiten en directo la procesión de la cofradía de La Lanzada. Se prepara un café. Sobre una silla y bien planchada, la ropa de su hermandad. El fin de semana iría al campo. Hoy, Miércoles Santo, saldrá de nazareno.
Una ocupación convenientemente remunerada y los círculos en los que se movía habían hecho de Pedro una persona segura de sí misma, sin complicaciones, nada de comerse el coco con tonterías, fuera pamplinas. Ser extremadamente práctico y realista era su filosofía y según él había que seguirla al pié de la letra. Si te descuidas te atrapan, te arrinconan, te espachurran, te dejan hecho una mierda, y de eso nada. La experiencia con su padre, Alberto, internado más de siete veces en la unidad de psiquiatría del hospital general, había hecho que observara el mundo de una manera distinta a como lo hacían los hermosos ojos de su novia. Como casi siempre, el padre dormitaba en su habitación. El efecto de los psicofármacos no entiende de trajines, actividades ó alegres jovialidades, y habían resumido la vida de este hombre a pocas palabras: dormir, comer, televisión, dormir, comer… Llevaba más de ocho años así, su mujer no pudo aguantar la situación, y se marchó unas amargas navidades, en una triste noche de Reyes con carbón para todos. Sin noticias de ella hasta la fecha.
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