domingo, 1 de abril de 2007

Nazareno. El Agua Pura. Conclusión



Desarrebujar, dientimellado, difidencia ...emmm... aquí está. Hay bastantes definiciones. Pondré la primera. dios: (Del lat.deus.) n. p. p. Nombre sagrado del Supremo Ser, Criador del universo, que lo conserva y rige por su providencia. No creo que quemen este diccionario. Supremo, Ser y Criador vienen en mayúsculas, aunque no así la palabra dios. ¿Criador?, rara definición.



En una etapa de mi vida comencé a hacerme preguntas, algunas sencillas, como las que hace un niño, esas son las más difíciles de responder, de hecho nadie supo contestarlas. ¿Se afeitaba dios?, ¿por qué los ángeles necesitan alas?, cosas así, aparentemente tontas. Pues así, una tras otra surgían este tipo de preguntas. Me costó, pero analicé la religión que me habían enseñado desde chico. Intenté imaginar como sería ese reino prometido a los fieles creyentes, donde según se decía, los limpios de corazón verían a dios, y llegué a conclusiones dolorosas, y todo porque si ese dios existía, me estaba dando el suficiente juicio para dejar de creer en él.

Imaginé ese cielo, ese paraíso. Para que lo fuera, debería ser todo perfecto, su aire, sus arroyos, sus plantas, sus gentes. Traté de entender el significado de esa palabra: perfección, y creo que lo conseguí, y con ello desplomé la idea de ese dios tantas veces representado. Comprendí que en ese paraíso no podría haber ningún elemento superior a otro, porque superior a perfecto no hay nada, y todo lo que había en ese vergel lo era. Llegué a la conclusión de que dios era la fuerza que emanaba de esa amalgama o fusión de entidades puras, y no un ser unipersonal y superior que las gobernaba o controlaba con sus leyes ó mandamientos. Los códigos y legislaciones son necesarias para entes imperfectos. Podemos decir que un agua es pura, pero aunque digamos que es purísima no la haremos mejor.

Imaginándome en ese paraíso, tratando de visionar ese edén, dios estaba en ese pajarillo de vivos colores, en ese océano limpio, en ese chiquillo juguetón, en esa hermosa flor, en esa dulce compañera. Dios es ese pajarillo, ese océano, dios es ese chiquillo, esa flor, esa compañera, yo... soy dios.



Bueno... aparto la filosofía para ponerme en el filo del sofá. No esperaba que la relación de chascarrillos y ocurrencias anteriores acabaran tan trágicamente. Los acontecimientos acaecidos a los queridos personajes de esta historia desobedecieron a la eterna providencia desbordándose y alcanzándome de lleno. Pero ya lo comenté antes ¿qué se puede esperar del libre albedrío? Pensándolo bien, algunos refranes populares no son tan incoherentes, como ese tan popular de “no hay mal que por bien no venga…”¿o era al revés?. El caso es que para bien o para mal por fin podré dar el paseo de marras. Que alivio. Me despido esperando de todo corazón que la ofensa no haya hecho mella en la dignidad de algún lector sensible, pero si como es habitual el orgullo vence a la razón aconteciendo la afrenta, que ésta tan solo sirva para dar pie a la meditación y tras ella, intentar cambiar en verdad este desquiciadito mundo, para mejor, claro.

No he pretendido ofender a Dios con este relato. Se que El lo sabe y con ello tengo bastante. Me he lanzado contra el hombre intentado realizar una especie de crítica lectiva del retrato que de éste se ha hecho durante siglos. Se que él no puede ser así, no puede ser como lo pintan, es más, y espero que perdonen el atrevimiento, creo que a través de esta humilde pluma teclada intenta clamar y asomarse una vez más a este mundo, con la esperanza de que sus palabras, por exceso de peso, no desaparezcan hundiendose en las estériles tierras de este desierto tan tristemente poblado. Clamar una vez mas que lo que hacemos no está bien, clamar que esa oscura mentira que nos rodea puede convertirse en un suave destello que lo rocíe y colme todo, y clamar con voz firme que a veces la verdad es triste, dolorosa, pero asimismo, que sigue siendo la única doncella que con su hermosa sencillez continua engendrando hombres libres.



Existen muchas creencias religiosas, todas ellas acompañadas de sus respectivos dioses. Todos diferentes. Yo me quedo con el mío. Ese que sigue arropándome en mis sueños y entre canciones de cuna olvidadas me susurra con cariño al oído: ánimo pequeño, ánimo. Concluyo, termino, finalizo sin poner fin al final y acabo con otra palabra, aunque ésta no sea verbo.



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