Nazareno. Escena X. Dios en el Poyete de la Azotea
Milagrosamente, porque como es natural hago milagros, aparezco de buenas a primeras en la azotea. Allí están estos dos. Al filo de una caída fatal. Uno, casi en pelotas, desaliñado y con el cuerpo lleno de caracoles. El otro, vestido con ese atuendo de antifaz puntiagudo y cargando con un cocido, también de caracoles. Uno desnudo, el otro demasiado vestido, pero los dos desquiciaítos perdidos. Subo yo también al poyete, me coloco en medio de los dos, y les saludo amablemente.
_ Hola. Soy dios.
Me miran. Suena el megáfono.
_ ¡Por favor…! esto es el colmo…¡El otro nuevo! ¡Haga el favor de no cometer ninguna tontería, hombre! ¿Se trata de una peña de suicidas ó qué?
_ ¿Quién coño eres tú? ¿Como has podido pasar? _ me pregunta Pedro.
_ Ya os lo he dicho. Soy dios.
_ ¡Y yo san Juan de la Palma!
_ ¿Por eso la quieres palmar? _ respondo soltando una burlona risotada que interrumpo de inmediato al ver que no les hace ni pizca de gracia.
_ Los dioses son enanos y no llevan puesto un chándal _ dice el padre.
_ ¿Como has entrado? La puerta sigue cerrada _ pregunta Pedro.
_ ¡Soy dios, cojones! Entro donde quiero, y llevo un chándal porque hago deporte.
_ Eres una cabra _ comenta Alberto.
_ Oye Alberto, no me faltes el respeto ¿vale? que yo con nadie me meto. Las cabras son rumiantes, y yo no soy rumiante.
_ ¡Vaya, vaya! Pues… anda, tírate, espabilado _ propone Pedro _ cuando llegues abajo me dices si eres dios, la cabra ó una tortilla con los huevos esparramados.
_ Vale
Me bajo del poyete, y aunque no me hace falta porque soy dios, cojo carrera, pego un salto impresionante con doble pirueta incluida y caigo al vacío. La gente de la calle chillan. Todos contemplan alucinados. ¿Serán sádicos? En los últimos metros de la fatal caída, guardan silencio para poder escuchar con nitidez el inevitable y obligado “plof” de mis vísceras y asaduras, pero los dejaré con las ganas, estaría bueno.
Décimas de segundo antes del guarrazo, engendro en la nada mi semilla divina, exhalo en el aire mi aliento puro, y con solo escribir cuatro palabras aparecen dos hermosos ángeles, que evitan el esperado desenlace y elevan mi cuerpo dulcemente ante el asombro y perplejidad del colectivo. Me dejan junto a mis dos compadres y tras escribir otras dos palabras hago que los chicos alados se esfumen. Mientras subía había estado escuchando lo típico de la gente en estas circunstancias: ¡la leche! ¡la hostia! ¡coño!, y por fin la expresión que había estado esperando: ¡Milagro! Escuchar esto y ponérseles a todos la cara de pudorosos y honrados creyentes, todo en uno.
_ ¿Qué os ha parecido? _ le pregunto a los dos.
_ Esto que habéis visto no es nada. Si vierais la cantidad de cosas que puedo hacer. Primero lo imagino, y luego al mismo tiempo que lo escribo, ocurre.
_ ¿Así es como haces los milagros…señor mío? _ preguntó humildemente Pedro, avergonzado por no haber creído en mí.
_ Exactamente. Así los realizo. Soy vuestro dios, vuestro creador. Todo lo que veis, lo he creado yo. Por ejemplo…vamos a ver, vamos a ver… ¿Veis ese camión de cervezas?
_ Sí _ contestan los dos a la vez.
_ Pues ya no lo veis _ el camión desaparece. Se arrodillan. -Levantaos, levantaos, hijos míos. Mirad, os he estado poniendo a prueba durante todo este tiempo.
_ ¿Para qué, señor mío? _ pregunta Alberto.
_ Bueno… es lo que suelo hacer.
_ Sí, pero… ¿para qué, señor de los cielos? _ pregunta Pedro.
_ No me habléis así, hombre. Parecéis carajotes. Además ¿qué pregunta más tonta es esa? Yo soy dios, y acostumbro a poner a la gente a prueba.
Me miraron raro, con titubeo.
_ Ya, ya, señor, pero nos gustaría saber el motivo, si no es un incordio o molestia por nuestra parte _ insiste ahora Alberto.
No se que responder. Empiezo a inquietarme. Antes de seguir con este relato, tal vez sería bueno darle un repaso al catecismo, consultar una de las epístolas de San Pablo, una encíclica, o leerme un mortadelo y filemón, yo que se.
La verdad es que comencé esta historia para distraerme, porque sí, porque en ese momento no tenía nada que hacer, porque me gusta expresar lo que siento y plasmar mis inquietudes en algo sólido, palpable como un folio o un libro. Pero eso no se lo podía decir a estas dos criaturas, y menos después de todo lo que han pasado.
Además, a los personajes que uno crea se les coge cierto afecto, verdadero cariño. Tengo que darles una explicación lo suficientemente convincente y creíble para que todo lo que han sufrido tenga sentido, así que dejaré de escribir durante un rato, apagaré el ordenador, me relajaré. Sí, me iré a dar un paseo, a tomar un poco el fresco para aclarar la mente y luego…
_ Donde vas? _ me pregunta Pedro.
_ Iba a apagar el ordenador y luego a dar una vuelta... ¡Oye Pedro, soy tu dios, y no tengo por qué decirle a nadie adonde voy, ni de donde vengo! ¿vale?
_ Mi hijo teme que no vuelvas y nos dejes sin saber el motivo de todo esto. Debes darte cuenta que tus apariciones son poco frecuentes.
Tal vez si les digo la verdad sea mejor. Con la verdad se va a todas partes. Me arriesgaré.
_ En realidad tan sólo soy alguien que se ha puesto a escribir una historia, ésta, la vuestra.
_ Sí, así es como haces los milagros. Ya nos lo has dicho _ responde Alberto.
_ Sí claro, bueno... realmente... ustedes no... vosotros sois... los personajes de un relato. Veréis, estaba aburrido, me puse a escribir y salió esta historia. Puede que hasta la presente a un certamen literario, sí, esta es la verdad, me puse a escribir... salisteis de mi imaginación... así de sencillo. Ustedes... ¿como decirlo?...ustedes no sois... reales.
Pedro y Alberto se miran. Se han quedado patidifusos.
_ No tenéis por qué preocuparos por nada. En verdad no estáis pasando por todo esto. Todo es fruto de mi invención, todo es mentira, ¿Comprendéis? Como un mal sueño. Nada es real. Así que simplemente apago el ordenador y...
_ Espera, espera... no entendemos lo que nos quieres decir exactamente _ comenta Alberto _ Tus pensamientos van mas allá de nuestra humilde condición, aunque puedo aventurarme a deducir que...si nosotros no existimos y este mundo tampoco, tú también debes ser irreal ¿no es así?
La hostia con el Alberto, parecía tonto. En realidad lleva razón ¿Cómo coño he llegado a esta situación? Los escritores no tienen la costumbre de interferir en la historia de este modo. Se pone uno frente al teclado, dale que te pego, y ya está, pero uno no se mezcla de esta manera en el tinglado, y desde luego no espera que acontezcan este tipo de situaciones... tan extrañas... no se, normalmente sólo se tiene la idea, un pequeño esbozo de la historia, así que ésta va adquiriendo cuerpo poco a poco, pero esto que está pasando me está dando hasta miedo.
¿Por qué no puedo apagar? un simple botoncito y ya está ¿Qué está pasando?. ¿Y si fuera un motín? como si la misma historia y sus personajes se hubieran alzado con el timón de este descaminado y destartalado bajel para encadenar coherente y convenientemente los sucesos hasta lograr involucrarme de tal manera en ellos que quede bien encajado en un ajo. ¿En un ajo? ¿pero qué estoy diciendo?
Puede que sean estos mismos personajes los que hab logrado dictar las líneas a mis dedos para que se deslicen obedientemente sobre el teclado. ¡Coño!¡Me ha mirado! ¡Uno de los dedos gordos parece como si me hubiera mirado!
La presurosa jindama me indica que indique al índice que presione el indicador de corriente del ordenador, mientras yo apremio a mis pies a que dirijan sus pasos hacia la cama antes de recibir un indeseado susto, y antes de que las últimas descargas del monitor se dispersen permitiendo a la oscuridad impregnar la habitación con sus enlutadas y frías sombras. Goya y Lucientes tuvo una etapa turbia con sus Pinturas Negras, pero la noche ha pintado con colores lúgubres desde siempre. ¿Pero de qué estoy hablando?
No puedo, hay algo que me obliga a permanecer frente a la pantalla y a la vez sobre el poyete de la azotea. Mirada dramática hacia el cielo, mano sobre la frente. Mis pensamientos logran llegar hasta la boca y allí se amontonan, uno tras otro, llenandola, embarazandola, obligandola a cuatriplicar sus paredes como si de la un trompetero de Yaz se tratara, consiguiendo que sus comisuras comiencen a ceder como frágiles bisagras, para despegar mis labios sellados y permitir la salida brusca de estas palabras: ¡Oh fiel noche, dulce cómplice de ensueños! no consientas que en mitad de este sosegado reposo, las traicioneras prolongaciones de mis manos, valiéndose de la quietud de los sentidos, arropen con malévolas intenciones las fisuras de mi dilatada nariz. Si estas extensiones han de cobrar movimiento por si solas para almacenar mi aliento, que recauden el de otro, de insensible corazón y desmembrado espíritu, que el mío, aunque cien veces roto, cien veces recompuesto.
Su señoría, no fui yo, no, se lo juro, todo ocurrió cuando esta insubordinada pareja de manos, cómplices y gemelas hasta en arrebatos, resolvieron despojar mi voluntad de su dócil y considerada naturaleza, trasladando la letal pócima de la abominación a sus extremos, para que fueran éstos, y no yo, los que llevaran a cabo sus depravadas y despiadadas maquinaciones. Las evidencias corroboran mi testimonio. Estos diez chiquillos irresponsables, envilecidos por la corrupción de sus madres, se arrojaron de lleno al vil desenfreno, y despreocupadamente imprimieron sus reseñas de identidad en la faringe de la víctima, yo mismo, intentando sesgarme hasta el último de los suspiros.
Y ya acabo su señoría. Al margen del funesto suceso que nos ha llevado en el día de hoy a ocupar esta sala, es mi obligación exteriorizar mi desagrado, mi reprobación, y mi repulsa, a la malentendida incidencia anterior. Estoy avergonzado, humillado, abochornado por la conducta improcedente e impropia de mi boca, al lanzar sin permiso un escupitajo al insigne señor magistrado, con la mala fortuna de dar a parar, más bien a pegar, justamente en su ojo izquierdo. Hablaré con ella lo antes que pueda. Es todo, señoría.
¡La Ostia! ¿Pero qué estoy diciendo? Estos dos me miran cada vez más raro. Cuando se ve una película de terror u otro género, aún sabiendo que se trata de ficción, sus imágenes y sonidos nos envuelven trasladándonos del mundo que consideramos real a ese otro artificial, pero en el que podemos a llegar a sentir igual. Es más, algunas personas son más sensibles a las situaciones creadas por ejemplo en las telenovelas, que a las suyas mismas, cuando la suya puede ser peor. Una señora está con el alma encogida frente a la pantalla mágica, con el consorte en paro y sobrio roncando en el sofá, con la hija menor embarazada buscando cónyuge, con el hijo adicto a substancias indeseadas solicitándole dinero, y con la lavadora averiada desde hace más de dos semanas.
¿En qué mundo estoy realmente cuando escribo? Si tecleo que estoy en la azotea con estos dos puede que en verdad, parte de mi esté allí en esos instantes, ya que para imaginar tengo que sentir. Cuando se sueña, también se siente, se llora, se ríe, puede sentirse placer, angustia, miedo ¿No se debería cambiar la famosa frase cartesiana “pienso, luego existo” por la de “siento, luego existo”? Aunque una piedra no piense, es lo que hizo que el célebre Goliat dejara de existir, y todo porque la sintió bastante bien, bien de cerca quiero decir.
¿Por qué no puedo dejar de pensar, de sentir tantas estupideces? Este mundo que he creado me está liando, y no tiene por qué. Las vidas de estos dos no tienen sentido, así que no entiendo que coño está pasando. Siguen ahí, esperando una respuesta auténtica, una revelación verdadera, la quieren ya, de su dios verdadero, de su creador presente al fin entre ellos.
El caso es que les he dicho la verdad y ya empiezo a notar serias dudas en sus semblantes, una creciente incredulidad y desconfianza. ¿Cómo es posible? Hace tan solo unos momentos les he obsequiado con un fantástico torrente de fenómenos sobrenaturales propio de las mejores y más grandes divinidades, y ya empiezan con los recelos ¿Dónde mayor desfachatez, soberbia, desvergüenza e infamia? Estoy molesto, me están hartando. Me lanzo de nuevo al teclado.
Si quieren una respuesta rápida la tendrán, y sea lo que yo quiera. Que no me vengan luego con las dudas de siempre. Hago sonar un instrumento musical, emm…un acordeón mismo, emm... difumino un poquitín mi cuerpo, emm… solo una de las lucecitas de marras, emm…nada de arroyo bendito, emm…, me quedo con el chandal puesto… emm… sí, pongo una voz aguardentosa.
¿No lo querían rápido? Pues rápidamente les respondo.
_ Estoy aquí con vosotros porque quiero que me hagáis una capilla chula. Aquí, en la azotea, que da un solito muy bueno.
Por un momento creí que les había dado una congestión. Fue el padre quien habló primero, enormemente irritado.
_ Todo esto que he pasado, con las creencias extrañas que han originado mis ingresos, la separación de mi mujer, todos estos años perdidos hecho un zombi por culpa de la medicación ¿todo esto para hacer una capillita? Te voy a decir una cosa, ¿eh? ¡Ni dios, ni la hostia! ¿Te estás enterando?
_ ¿Y yo? _ dijo Pedro gritando _ también me han ingresado por mis creencias, casi pierdo la razón, me amarraron a la cama para inyectarme una puta medicación que no me hacía falta, mi novia me ha abandonado, casi me atropellan, ¿y sólo para eso, para poner aquí una puta capilla? Te estas poniendo gracioso. Tu no eres el Señor, tu eres el Señorito, un Señorito de pan pringado.
La cosa se me empezaba a escapar de las manos. No se por qué a estos dos lo de la capilla no les va. Tengo entendido que es lo que se suele pedir en las apariciones. Tal vez sea porque esta gente ha recibido mucha presión. Les he apretado demasiado. Dicen que dios aprieta pero no ahoga.
Sería bueno preguntarle a los que han pasado por el garrote vil, o a los ahorcados, a ver que opinan de este refrán tan curioso. El caso es que estos dos me han perdido el respeto, y creo que ya les da igual de lo que les pueda ocurrir. Esto me lo veía yo venir. Puto albedrío de mierda. Para salir del atolladero, no se me ocurre otra cosa que tratarlos de impresionar, acongojarlos un poco antes de que esto se vaya por otros cauces, que no creo que sean inesperados, puesto que yo soy el que soy, leche. Levanto la mano, señalo con el dedo índice hacia arriba, hago salir de él un tremendo rayo que como tal cruza el cielo, lo reviento originando miles de ensordecedores estruendos acompañados de monumentales resplandores de fuego, que convierten el cielo en un extraordinario infierno. Que te cagas, vamos.
Las nubes negruzcas y amoratadas auguran desgracias muy cercanas, que solo dios puede evitar, je,je, así me resguardo la espalda. Ahora chasco los dedos, sobreviene un chaparrón de cojones. Quiero decir que llueve mucho. Llover cojones es un milagro ortero, de muy mala clase. Por último hago caer unos granizos como aceitunas gordales. A mi no me afecta, porque soy el que soy, pero estos dos se protegen de la pedrisca como pueden. Se diría que tampoco les está haciendo ninguna gracia todo esto, pero tengo que defenderme, digo yo. Sus caras animan a predecir un comprensible, elevado y eminente ataque de mala leche. Espero que se contengan, tengo el poder, ellos lo saben...
_ Pedro, déjamelo un momento.
Alberto le quita el antifaz a su hijo lentamente. Le sobreviene un portentoso arrebato que le congestiona la cara como a un animal rabioso, y empieza a darme capirotazos con todas sus fuerzas hasta que lo deja hecho una mierda. Después del esfuerzo, y tras recobrar algo de aliento, observa la calle, nos mira, y se lanza al vacío. La gravedad tampoco entiende de filosofías ni razonamientos e impetuosamente entrega el cuerpo de Alberto al bestial abrazo del rudo y compacto asfalto. Dicho de otra manera, despachurrado, todo despachurrado. Sus últimas palabras fueron estas:
_ ¡¡Seráácabróóóóóóóóóóónnnn…ay!!
Observo la mirada de Pedro. Se puede decir que casi no se le aprecian los ojos por el fuego que desprenden. Empieza a sacar puñados de caracoles y a tirármelos a la cara con muy mala idea. Luego comienza a darme cacerolazos. Todo esto me ha cogido desprevenido. O pienso algo rápidamente y lo escribo o…
No me da tiempo, es tarde, aunque no entiendo, como sin tener tiempo, escribo que no me da tiempo. Pedro se abalanza contra mí, me abraza sin ningún cariño convirtiéndose por momentos en una enorme abrazadera de manguito de lavadora, y también se impulsa al vacío obligando de nuevo a hacer acto de presencia a la atracción fatal, que adueñándose con autoridad de nuestros cuerpos, nos hace descender con toda vertiginosidad hacia las puertas de la perdición.
Nunca unas puertas fueron tan duras, coño. No puedo pensar. Me da por contar los pisos a medida que caemos.
_ Cinco…cuatro…tres…dos…u… ¡¡PLOOF!!
Caemos justo sobre los exprimidos restos del infeliz padre. A mi no me pasa nada, claro, soy el que soy. Pobre Alberto, pobre Pedro. Hijos míos. Caracoles por todas partes, casi todos vivos. No era un buen cocido. Más tranquilo, sin la presión de antes, puedo pensar mejor. Estoy algo triste. Me da por llorar. Escribo que me levanto como si nada, que me sacudo las tripillas de estos dos pobrecillos, que la gente me mira maravillada, deslumbrada ante tantos acontecimientos presenciados. Escribo que alzo los brazos, que detengo la granizada, que vuelve el cielo a estar despejado, con ese azul intenso y maravilloso de Sevilla. Escribo que mi ser comienza a irradiar una preciosa y etérea aureola blanca. ¿Y por qué no? Antes de marchar de este mundo quisiera dejar una huella propia de entidades extraordinarias. Aprovecho que a todos estos no los he presionado, así que antes de volatilizar mi divino cuerpo y ante sus atentas miradas, me dirijo a todos con voz celestial y les digo:
_ Quiero una capilla.
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