sábado, 31 de marzo de 2007

Nazareno. Escena VII. Santuarios Babosos




Pedro y su novia. El amor. Alidona, allegadera, amalfitano, amilamia, emmm...sí...amor. Amor. (Del lat.amor,-óris)m. Sentimiento que mueve a desear que la realidad amada, otra persona, un grupo humano o alguna cosa, alcance lo que se juzga su bien, a procurar que ese deseo se cumpla y a gozar como bien propio el hecho de saberlo cumplido. Bueno, hay muchas más definiciones, esta es la primera. ¿Qué os parece? Según pone, cuando estamos enamorados deseamos que el amado tenga lo que creemos mejor para él, y procuramos dárselo. Está bien, pero...puede que nos equivoquemos al decidir que es lo mejor para él, puede que incluso lo mejor sea evitar nuestra compañía. ¿Existe alguien en este mundo que se atreva a afirmar que sabe lo que es mejor, lo que es peor, que sepa distinguir claramente entre lo bueno y lo malo, entre el bien y el mal?.

El bien, el mal, mucho se ha escrito sobre estos dos. La anterior definición sobre el amor abarca cualquier tipo de relación, tanto a una sola persona como a un grupo, a un familiar, un animal, o incluso a cosas y con ello entendemos que el amor y el sexo no tienen que estar forzosamente ligados. Normalmente, cuando nos enamoramos de alguien, lo hacemos por ciertas cualidades que apreciamos en ese alguien, distintas de los demás ¿pero y si todos tuviéramos las mismas cualidades? ¿Amaríamos sólo a una persona o podríamos amarnos todos, los unos a los otros, como dicta la admirable frase bíblica?



Seguiré filosofando. Una madre o un padre pueden querer a todos sus hijos por igual. Ahora quiero que hagáis un esfuerzo e intentéis imaginar un mundo sin sexo, después a un grupo de personas que se aman. ¿Por qué en un mundo con sexo debo compartir mi vida con una sola persona y en un mundo sin sexo compartirla sin problemas con todos? El concepto de amor que nos han metido en la cabeza no es el más adecuado, y el concepto de familia tampoco. Son conceptos egoístas. Deberíamos poder desprendernos de ciertas ideas y entender que para ser felices en este mundo debemos ser uno para todos y todos para uno. Mosqueteros y Dartacanes a la vez, en todos los aspectos. Pero como animales, seguimos marcando territorio.

Yo, como cualquier otra persona, he creado mis creencias, mis principios, pero han sido dictados por la razón y redactados por el corazón. Pues tuve que hacer algo parecido a lo que hizo Descartes. Cerré las puertas al dominio de la influencia, y pasé la goma de borrar al presente para dejar en pelotas los conceptos del pasado. Descartar, y descartar, toda una filosofía. Dejé de buscar verdades en enormes arcones sin fondo, y en extensas bibliotecas de gruesos libros huecos. Preferí dedicarme a escudriñar miradas tiernas colmadas de lágrimas, y así poder descubrir como la alegría puede mojar las orejas de un niño. Y dejé embelesarme por campos silenciosos impregnados de pequeñas y hermosas florecillas, y supe saltar, y brincar, y volar. Volar a través de cielos celestes dejando empapar mi rostro entre sus nubes tostadas. No tengo los pies en la luna, si los tuviera flotaría sobre ella. Más realista no puedo ser.



Pedro había podido despistar a la patrulla. Corrió como nunca antes lo había hecho. El imaginarse otra vez recluido y maniatado a la cama del hospital a base de narcóticos, le hizo convertirse en una liebre, un galgo loco, en un caballo de pura sangre que desbocado arramblaba con todo. Seguía con el caracol introducido en su fosa nasal, bien encajado. Pensó dejarlo en ese aposento inesperado hasta que llegase a su domicilio. Allí le echaría un poco de jabón para que se deslizase mejor. Por otro lado, daba el espectáculo por la calle con sus intentos por sacarlo. Esta mañana había intentado acabar con su desesperación por el camino más corto, pero no lo había conseguido. Hasta la arquitectura se había puesto en su contra. La Giralda y su catedral también habían desaparecido de Sevilla, pero la azotea de su casa no. Se iría al otro mundo, sí, pero no sin antes darse un gustazo.

Encontró un santuario de la nueva religión, y entró. El recinto no era muy grande. Estaba presidido por ocho hombrecillos de mármol vestidos con ricas prendas, colocados en un pequeño jardín y cubierto por una hermosa bóveda de cristal celeste. Más que un templo era una especie de criadero. Las estatuas estaban atestadas de moluscos vivos e impregnadas totalmente de babas. Un canijo y viejo sacerdote predicaba en aquellos momentos a un grupo reducido de fieles. De cintura para arriba estaba desnudo. Su pecho se mostraba teñido por innumerables estelas babosas que decenas de caracoles le imprimían a medida que recorrían su piel. Pedro recorrió decidido el pasillo central, subió al púlpito, se metió la mano bajó la camiseta, y presionando el dedo índice sobre la espalda del hombre le susurró con su voz gangosa.

_ No se gire. Tengo una pistola apuntándole.

_ ¿Cómo?

_ Que tengo una pistola

_ ¿Qué dices, hijo? No te oigo.

_ No se entera. Está casi sordo. Háblele más alto. _ comentó uno de los filigreses.



A Pedro ya hacía días que le daba todo igual. Sin miramientos hizo lo que se le decía.

_ ¡¡Que tengo una pistola, carajo!!

Ni dos segundos tardó la gente en desalojar el recinto.

_ ¿Qué tienes un ajo? ¿Y para qué me das con un ajo en la espalda, hijo?.

_ ¡Un ajo nooooo! ¡¡Una pistoooolaaaa!! ¡Una pistola con muchos tiros!.

_ ¿Una pistola?

_ ¡¡Síiii!!

_ ¡Estás loco!

_ ¡Uy, veo que también eres vidente! ¿Pues sí, loco, loco! Así que lléveme la corriente y no te pasará nada. Los caracoles, me llevo los caracoles.

_ ¿Pero que dices, hijo? ¿Qué quieres?- el viejo no se enteraba y Pedro presionaba el dedo cada vez más fuerte.

_ ¡Los caracoles! ¡¡Los caracoles!!

_ ¿Qué balcones?

_ ¡¡Noooo! Mireme los labios. ¡Caa…!

_ ¿Ga?

_ ¡Noo! ¡Caa! ¡Caaa!

_ ¿Ca?

_ ¡Sí! ¡Ca!

_ Ahora ¡Ra...!

_ ¿Ra?

_ ¡Sí! ¡Coo…!

_ ¿Co?

_ ¡Síííí! ¡Les.!

_ ¿Ves?

_ ¡Noooo....¡¡Les!! ¡¡¡Lessss!!!. La ostia con el viejo.

_ ¿Les?

_ ¡¡Síiii!!

_ ¿Caracoles?

_ ¡¡¡Sí!!! ¡¡Caaraacoooles!! ¡¡CARACOLES!!

_ ¿Y qué quieres de los caracoles, hijo?

_ ¡¡Tus muertos!! ¡Basta de tonterías! ¡Esto es desesperante!

De repente, sin esperarlo, el sacerdote le arreó un tremendo cabezazo en la nariz, giró rápidamente su escuchimizado cuerpo, se aferró a su cuello como si sus manos fueran unas tenazuelas, y lo empujó hasta conseguir tirarlo al suelo.

_ ¡Gjaagg, que me ahogas, magggmonajzo!

Tenía aquel canijo en lo alto estrangulándolo cada vez con más ganas. El caracol alojado en la napia de Pedro no había podido soportar el topetazo y se le había venido la casa encima. Al monje enclenque se le paralizó todo el cuerpo al advertir el extraño acontecimiento. Con perturbación, observaba como por del orificio nasal de su contendiente asomaba el bichejo, y aunque en realidad, simplemente ocurría que un gusano en pelotas se veía forzado a desalojar su morada por un inesperado y brutal desahucio, aquel hombre entendió el suceso como una manifestación, una revelación, un testimonio o expresión mística de su fe religiosa. Entró como en un trance alucinatorio, soltó a su presa, y se dirigió al sagrario.



Volvió con un pequeño lienzo de encajes dorados. Con delicadeza sonó los mocos a nuestro amigo, volvió al altar y depositó la colorida carga en un escudilla plateada, luego alzó los brazos y al mismo tiempo que iniciaba un canturreo ininteligible comenzó a dar saltos dirigiéndose como un canguro chiflado hacia Pedro. Éste asustado intentó zafarse del extraño acoso corriendo y sorteando bancos, pero aquel viejo seguía saltando tras él emitiendo obstinadamente la tonta cantinela.

Al comprender que no corría peligro, nuestro cofrade se mete en el jardincillo, coge una de las túnicas de las estatuas, hace con ella una bolsa de emergencia y comienza a meter los animales, todo ello con el viejo a su lado bota que te bota. Luego se dirige al portón de salida, luego se da la vuelta hacia el monje, luego comienza a quitar uno a uno los caracoles que prendían de su cuerpo, luego apunta bien, luego asesta al sacerdote un bárbaro dedazo en el ojo, luego sale corriendo. ¡Había sido muy bestia! casi se dejó de ver el dedo. El pobre hombre aulló de dolor y cayó al suelo. Pedro soltó unas alocadas carcajadas y huyó con el botín. Eso sí, momentos antes de que la fastidiosa y potente sirena de marras se uniera al escenario. Se supone que con los mismos agentes, claro.


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